“Comienza haciendo lo que es necesario, después lo posible y de repente estarás haciendo lo imposible."
San Francisco de Asís
Francisco, fundador de nuestra Orden, nació en 1181/82 en la ciudad de Asís, Italia, donde vivió la mayor parte de su vida. Hijo de un rico mercader, se distinguió en su juventud por su liderazgo, su alegría y espíritu festivo. En la guerra entre Asís y Perusa en 1202 fue hecho prisionero y paso un año en la cárcel, donde inicio su proceso de conversión. Tenía una ambición por luchar en las cruzadas y ser nombrado caballero; pero la soledad y la enfermedad le condujeron a un cambio radical en su vida.
En su proceso de conversión Francisco vende su caballo, regala su armadura y vuelve a Asís, descubre la belleza de la naturaleza y busca el sentido de la vida. Cruza todas las barreras sociales cuando besa a un leproso, los marginados o despreciados de aquel tiempo. Cristo, por medio del crucifijo de San Damián, le llama a reparar su Iglesia. Francisco escucha a Jesús y su palabra en el Evangelio, que por las diferentes situaciones del momento rompe los lazos familiares y vive en estricta pobreza. Escandaliza a muchos y atrae a otros, que le piden compartir su vida.
En poco tiempo se multiplica el número de hermanos por Italia y otros lugares, quienes proclaman la bondad de Dios, la paz, la fraternidad universal y la reconciliación. Hombres, mujeres y familias enteras piden seguir a Francisco. Escribe una breve regla, que fue aprobada por el Papa Honorio III (1223), con lo que da inicio la orden franciscana. Muere en 1226 entre sus hermanos, desnudo sobre la tierra, enfrente de su choza. Está sepultado en la Basílica de San Francisco de Asís.
Los Hermanos Menores están presentes en 119 países de la siguiente manera: África y Medio Oriente: 1234; América Latina: 3257; América del Norte: 1194; Asia-Oceanía: 1487; Europa Occidental: 3712; Europa Oriental: 2418.
¡Señor, haz de mí un instrumento de tu paz!
Que allí donde haya odio, ponga yo amor;
donde haya ofensa, ponga yo perdón;
donde haya discordia, ponga yo unión;
donde haya error, ponga yo verdad;
donde haya duda, ponga yo fe;
donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
donde haya tinieblas, ponga yo luz;
donde haya tristeza, ponga yo alegría.
¡Oh, Maestro!, que no busque yo tanto
ser consolado como consolar;
ser comprendido, como comprender;
ser amado, como amar.
Porque dando es como se recibe;
olvidando, como se encuentra;
perdonando, como se es perdonado;
muriendo, como se resucita a la vida eterna.